Una encuesta difundida por el diario National Journal muestra que si hoy se realizaran las elecciones estadounidenses que le dieran la victoria a Barak Obama, el cincuenta por ciento de los electores votaría por otro candidato. Esta es una prueba que sostiene lo que podemos llamar "el foxilizamiento" del presidente Obama.
¿A qué me refiero con este adjetivo? No se trata de comparar los logros o los desatinos de ambos gobiernos, si bien es cierto que cada uno en sus respectivas trincheras lograron cumplir (o han logrado, en el caso del actual presidente estadounidense) algunas promesas, aunque también han sido notorios y mucho más sonados sus fracasos.
La foxilización de Obama tiene más que ver con el efecto de desencanto en el electorado que le confiara en las urnas el mandato del país justo en un momento de crisis inaudita (esto puede discutirse, pues la historia del capitalismo estadounidense, desde la Segunda Guerra Mundial a la fecha se ha caracterizado por tener espectaculares subidas seguidas de tremebundas caídas).
Muchos vieron, tal y como sucedió en México, a Barak Obama como el salvador de la economía estadounidense; como el ungido para deshacer los entuertos del tristemente célebre George W. Bush; como el elegido para dar al mundo una nueva esperanza de un liderazgo que los sacara del hoyo en donde la sociedad occidental en la que vivimos se había estancado.
Pasaron doce meses y la varita mágica jamás apareció entre las manos de Obama. El desempleo estadounidense creció 10 por ciento. La paz mundial que millones de personas clamaron a pequeño Bush se esfumó. Obama recibía el Nobel de la Paz mientras más soldados estadounidenses llegaban a territorio enemigo en Afganistán. Las intrigas por el poder se ciñeron contra cualquier designio del ungido y ahora Obama suda sangre para poder colar la iniciativa de salud.
Millones de ilusiones colocadas en los hombros de un ser humano y poco a poco éstas lo abruman desapareciéndolo y granjeándose el repudio de los que alguna vez lo clamaron y lo vitorearon. Barak Obama Hussein, el bendecido para regir los destinos del mundo globalizado comienza a sentir el rigor del egoísmo humano.
Todos quieren que sus problemas sean resueltos y ahí está el detalle: jamás se ponen a pensar que sus problemas tienen que ver con esa grosera adicción a realizar todo en torno al uno mismo, al yo, a que me satisfaga a mí. Tache.
Jamás se ponen a pensar que el problema no está en el líder o en el sistema sino en el ser humano mismo cuyo corazón se ha podrido por el egoísmo y tiende a entronizar al dinero que es lo único que lo llevará a tener cosas y con ello a ser feliz, a pesar de que los demás y el mundo se vayan al carajo. Podré morir, pero que sea en un ataúd de Louis Vuitton para ser diferente a los demás. Tache.
El detalle está en que buscamos mesías en todos lados; lo buscamos en Fox, lo buscamos en López, lo buscaron en Obama y así se podría seguir buscando sin darnos cuenta que la verdadera miseria proviene de nuestro ser que se pudre más y más cada vez que realizamos una acción sólo para satisfacernos a nosotros mismos.
El foxilizamiento de Obama es una clara muestra de que el hombre está perdido y atascado y pide a gritos alguien que lo salve.
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